Aquí yace San Pedro de la Nave

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Las ruinas del pueblo original de la iglesia visigoda emergen de entre las aguas y dejan al descubierto antiguas cercas de piedra y fragmentos de cerámica de los tejados, en un triste poema de olvido y silencio

En una de las primeras viviendas que prolongan la diminuta Plaza Mayor de El Campillo un matrimonio de avanzada edad se ha acostumbra a dar la bienvenida al visitante. Pero esta vez no los interrogan por la localización, muy próxima, de la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave.

—¿Por esta carretera se llega al embalse?— les pregunto.

—Sí, sí, todo recto—, responde el hombre, acomodado en una silla con almohadillas y visera para mitigar el sol veraniego.

—¿Y se ve el antiguo pueblo inundado?— insisto.

—Sí, sí, todo recto… ya se ve bajo el agua— reaccionan ambos al unísono.

Porque, en efecto, a un kilómetro y medio del pueblo «ya se ve» el municipio al que perteneció el templo altomedieval. El bajo caudal del embalse de Ricobayo ha «resucitado» el cuerpo sin vida de San Pedro de la Nave, casi un siglo después de su muerte por inundación. Pero, ¿qué queda de aquel pueblo arrollado por el embalse del Esla en 1932? ¿Se vislumbraran sus calles, sus casas…?

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Varias personas visitan las ruinas. Foto E. C. R.

Un largo camino de zahorra deja entrever ya el agua embalsada y el exiguo nivel del pantano, ahora bajo mínimos. Allá abajo varios coches estacionados muestran el final del camino apto para vehículos. Habrá que descender a pie por donde hace meses era territorio exclusivo del agua, el fango y los peces.

Las primeras cercas de piedra, aún en pie a pesar del siglo de inmersión, permiten fantasear con el trazado del pequeño municipio. Las piedras del lugar permanecen en pie todavía, como si se tratase de las piezas de un dominó que ha resistido el embate del tiempo y del agua. Y si te agachas, verás en el suelo algunos fragmentos de cerámica, sin duda parte de los tejados que se ahogaron bajo el agua. Y nada más.

 

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Las calles de San Pedro se pierden entre las aguas de Ricobayo. Foto E. C. R.

Las ruinas emergidas de San Pedro de la Nave atraen, a cuentagotas, a diversos curiosos, quizá las familias de antiguos vecinos del pueblo… quién sabe. Aquí las calles, ahí los cimientos de las antiguas casas… y cuando uno quiere reconstruir el resto del pueblo, las aguas sumergen la fisonomía del poblamiento y corren el telón del pasado. Allí mismo, donde los zamoranos de la Tierra del Pan tejían sus vidas, cultivaban la tierra, cuidaban del ganado, charlaban del duro inicio del siglo XX. Historias perdidas, olvidadas. Pero esas piedras… esas piedras siguen aún en pie, a pesar de soportar la presión de 1.200 hectómetros cúbicos de agua durante el resto del año. ¿Cómo saber si entre aquellas calles imaginarias se levantaba el antiguo templo de San Julián y Santa Basilisa antes del traslado, si los estudios de 1997, cuando el caudal era aún más bajo, apenas pudieron precisar el asentamiento original del templo?

Las oraciones de siglos tendrán que callar ahí abajo, todavía bajo las aguas. Inaudibles. Algunas de ellas para que no pasara lo que finalmente ocurrió, que Saltos del Duero eliminara del mapa San Pedro y otros pueblos, con el mismo derecho a la vida. Aquellos rezos en blanco y negro descansan invisibles mientras iniciamos el camino de regreso a nuestro mundo presente.

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Una planta cobra vida sobre el suelo del embalse. Foto E. C. R.

Recuperado el kilómetro y medio de distancia con El Campillo, también rescatamos el color del siglo XXI. Este sábado San Pedro ha recibido la visita de un grupo de vecinos de la capital que no dejan de hablar de las maravillas de la iglesia visigoda. Se lo debemos a personajes como Manuel Gómez-Moreno, que supo ver la valía del edificio cuando lo visitaba para confeccionar el Catálogo Monumental de Zamora en 1904. Su diagnóstico fue clave en la declaración de monumento nacional —22 de abril de 1912— que a la postre salvaría la vida a la iglesia. Y también al director del Museo Provincial de Zamora, un tal Severiano Ballesteros, empeñado en impedir que el agua acabara con el pueblo, con el templo.

Ahora San Pedro de la Nave disfruta de su nueva vida, reconocida como una de las iglesias prerrománicas más importantes del país. Mientras, allá abajo, entre las exiguas aguas del embalse de Ricobayo, el antiguo pueblo es un cementerio de piedras, donde solo queda el olvido y acaso los espectros de quienes moraron sus casas y calles durante siglos. Ahí abajo yace San Pedro de la Nave. ♦ 

 

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